Que todo llega y todo pasa pero quizás es en el punto medio
cuando menos conscientes somos de ello. Lo querías, ya lo tienes y se convierte
en hábito, dejas de darlo importancia, es lo normal, que piensas que estará siempre.
Está hasta ese día en que notas que algo ha cambiado, que no
es como siempre, que algo falta. Poco a poco todo se degrada, la vela se va
apagando, se va a pagando y finalmente se consume. Anhelas lo que has perdido,
sientes rabia, angustia, tristeza, nostalgia de aquello que era simplemente lo
normal. Intentas reconstruir la torre que se ha caído, es imposible, todo ha
cambiado, pero ¿por qué? Piensas, recuerdas, analizas cada momento, cada gesto,
cada palabra, nada, no hay nada, todo era como siempre, tú no has cambiado. Lo
intentas una y otra vez, parece que resurge pero no, simples ilusiones que se
desvanecen casi instantáneamente.
Y llega el día, cuando ya no puedes más, cuando realmente te
das cuenta de que nada volverá a ser como antes. Más rabia, vacío y más
lágrimas merecidas pero inútiles. Aún no lo has aceptado, así que sigues
amarrándote a lo que consideras tuyo, quedan aún mil intentos de recuperarlo,
pero solo te haces daño.
¡Basta! Se acabó, basta de lágrimas y noches sin dormir, las cosas cambian, debe aceptarse. Sí, es duro, pero el tiempo avanza y no puedes quedar esperando a que vuelva para recogerte.
Que todo llega, pero no todo pasa, queda la base, tú, los
tuyos, están ahí sosteniéndote. No aferrarse al pasado, aceptar las nuevas
situaciones, caminar con el tiempo y no que quedarse atrás, esperando a quien
ya no quiere compartir su camino contigo.
Siempre, siempre es mejor caminar.